Lecturas de domingo
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Cuando tu trabajo es tu religión
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Cuando tu trabajo es tu religión

Y la oficina tu templo. Y la productividad una deidad a la que se le rinde culto de lunes a viernes (y a veces los fines de semana).
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En una escena que me ha perseguido toda la vida, el personaje de Robert Duvall en THX 1138 ingresa a una “cabina de confesión” donde lo espera una imagen estática de Jesucristo. THX, que es también el nombre de Duvall en este filme distópico de 1971, es un ciudadano de una nación-estado-empresa que se dedica enteramente a producir artículos. Para ello, la nación-estado-empresa ha perfeccionado el orden social al grado de uniformizar el aspecto de sus ciudadanos-empleados, rutinas de producción y ocio, e incluso utiliza fármacos para suprimir las emociones de la población.

Pero encima de todos está la imagen de Jesucristo1, a quien en la cinta nadie lo llama así sino OMM 0000, la figura divina y central de esta sociedad futurista.

De vuelta en la cabina: THX se “confiesa” y una voz sintética murmura de vuelta, en una interacción muy artificial. Cuando termina, lo exime de sus pecados con la frase:

Eres un verdadero creyente, bendiciones del Estado, bendiciones de las masas. Trabaja duro, aumenta la producción, prevén accidentes y sé feliz.

THX 1138 hereda la visión distópica del futuro de Aldous Huxley en Un mundo feliz y Orwell en 1984. El Estado es el proveedor, la madre y el padre de todos. También es Dios.

La primera vez que vi THX 1138, en los 90, esa escena me sacudió. Venía de una educación católica intensa y, más allá de eso, la religión siempre me ha fascinado (aún lo hace). La idea de un Estado basado en la fe me parecía alucinante. Con el tiempo entendí que las naciones modernas han seguido el mismo patrón que las instituciones religiosas. El presidente es como el Papa; sus secretarios de Estado, los acólitos. La Constitución es el libro sagrado, los héroes insurgentes son los santos y mártires, y la Patria —esa que “un soldado en cada hijo te dio”— es Dios.

En la ficción, los estados totalitarios suelen estructurarse como religiones. Son sistemas rígidos que prometen grandes recompensas, pero solo a quienes priorizan la obediencia sobre la individualidad. V for Vendetta, Brazil y The Handmaid’s Tale muestran bien este modelo. Pero en la narrativa contemporánea, el Estado muchas veces cede su lugar a la corporación, que asume sus mismas aspiraciones de control absoluto.

Religión > Ejército > Estado > Corporación

Las empresas modernas han formulado sus valores y objetivos para asemejarse cada vez más a los del Estado. La corporación ha adaptado el concepto de bienestar al de la productividad. Si eres productivo, contribuyes al bienestar de tus compañeros, área, región y empresa. El bienestar se traduce en acceso a productos, seguridad, paz, tranquilidad. El buen sirviente de la corporación es feliz. Pero solo si se somete a las reglas de la productividad. En el Estado, la felicidad de sus ciudadanos debe ser también el objetivo ulterior, pero solo se alcanza si nos sometemos a las reglas de la obediencia. Obediencia a las leyes, al derecho ajeno y a la voluntad de los gobernantes que, al igual de los managers de una empresa moderna, siempre saben qué es lo mejor para sus súbditos (subalternos, empleados, colaboradores, etc).

En otros rincones de la ficción, las corporaciones se vuelven más grandes que las naciones. Es el caso de Shimago-Domínguez, Tyrell Corporation o Weyland-Yutani, empresas que conducen la exploración espacial en Alien y Blade Runner, además de producir computadoras y personas sintéticas o “replicantes”. En estas imaginaciones de un futuro vintage, los empleados son peones al servicio de los oscuros designios de la secta corporativa. En Alien, una IA a bordo del carguero interestelar Nostromo, tiene la muy específica misión de adquirir un organismo extraterrestre. Es la llamada Special Order 937:

Prioridad uno:
—Asegurar el regreso del organismo para su análisis.
—Todas las demás consideraciones son secundarias.
—La tripulación es prescindible.

En otra ficción, V for Vendetta, el Estado es regulado por un partido político fascista de nombre Norsefire, el cual emplea la obediencia y la fe religiosa para dominar en el nombre de una patria-corporación que todo lo controla. Sus lemas son “Fuerza a través de la unidad, unidad a través de la fe” e “Inglaterra prevalece”.

Las historias nos muestran que el presente —y los futuros posibles— siempre tienen raíces en el pasado. Las empresas modernas parecen estructuras nuevas, pero en realidad solo han heredado los mecanismos de control de las instituciones religiosas. De nuevo:

Religión > Ejército > Estado > Corporación

La serie más increíble de este joven 2025 es, por mucho, Severance. En ella, vemos esta exageración de la idea de empresa como una organización cerrada, sectaria, donde la productividad es el Santo Grial y “el trabajo es importante y misterioso”. Muchas cosas suceden en Severance: el planteamiento es original (empleados cuyos recuerdos se dividen quirúrgicamente entre el trabajo y la vida personal), hay enigmas, relaciones sorprendentes y actuaciones espectaculares. Por eso, no deberían dejar de verla.

Pero lo que me intriga aquí es cómo Dan Erickson, el creador de la historia, ha podido combinar una idea distópica de una empresa que se siente, a la vez, tan cercana. Y creepy.

Parte del encanto de Severance está en sus decorados minimalistas, inspirados en Dieter Rams, el legendario diseñador conocido por sus productos Braun. Si en las iglesias antiguas la arquitectura reforzaba el “temor a Dios”, en Lumon Industries fortalece el “temor a ser improductivo”. Aquí no hay tecnologías para perder el tiempo, solo herramientas que propician la chamba, como computadoras de escritorio y un reloj de manecillas en la pared. Y recordemos: “El trabajo es importante y misterioso”.

Al igual que en una fiesta patronal, que se vuelve un momento en el que feligreses y cléricos comparten el gozo de la vida en comunidad, en Severance asistimos a extraños rituales sociales de oficina, como una fiesta de waffles o una barra de melón y sandía.

También está la idea del fundador, Kier Egan, como un personaje de características casi divinas, con historias y celebraciones en torno a su paso por la Tierra. Es muy raro, pero créanme: yo que trabajé en Grupo Televisa, sé muy bien el peso que tiene la mística del fundador de la empresa. A las historias del legendario Tigre Azcárraga hay que sumarle que su hijo tiene el mismo nombre, y la gente de ciertos puestos en la organización se refieren a él como “Emilio”, no porque lo conozcan personalmente o se lleven de piquete de ombligo, sino porque le da un extraño aire de informalidad y reverencia al mismo tiempo, como si se aceptara que es humano, que llegó a ser el CEO muy joven, pero que al mismo tiempo es inalcanzable. En otras compañías, como Grupo Carso, a Carlos Slim le llaman “el ingeniero” en un tono más formal y respetuoso. Está Carlos Slim, el hombre que vemos en las noticias, y “el ingeniero”, ese místico concepto que surge de la boca de sus empleados en las salas de juntas y pasillos.

Las grandes corporaciones tranquilizan a la gente no solo con un salario, sino porque, al igual que las religiones, los hacen sentir cobijados, que forman parte de un propósito más grande. Para mucha gente, su trabajo es su religión, y no solo porque sean workaholics, sino porque literalmente tienen que cumplir con ciertos rituales, algunos sectarios, para perpetuar su estancia (y su quincena). En los extraños mundos corporativos, los oficinistas son parroquianos asistiendo a una misa de lunes a viernes, rezando en silencio, implorando las bendiciones del Dios de la productividad… y esperando no ser excomulgados (despedidos, y sin liquidación).

Esto fue “Cuando tu trabajo es tu religión” por Ruy Xoconostle. Caveat: la corrección de estilo de este artículo fue realizada por una inteligencia artificial.

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El autor de la pintura de Jesucristo que se ve en la película es Hans Memling, pintor flamenco del siglo XV.

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