Estamos a unas 24 horas de que Donald Trump sea proclamado Emperador y Líder Supremo de los Estados Unidos de América. En este distópico y futurista año 2025, un escenario que jamás habría imaginado en mis años más cyberpunk allá por los 90, pocos temas son tan controversiales y decisivos como la libertad de expresión, el llamado free speech.
En la era pre-internet, hablar de libertad de expresión tenía un peso distinto. Poco o nada importaban nuestras opiniones radicales sobre política, raza, religión o sexualidad. Claro, la gente podía emitir su voto, y algunos afortunados lograban escribir en un periódico o hablar frente a un micrófono en radio o televisión. Pero para la mayoría, las ideas se quedaban confinadas a espacios íntimos: escuelas, templos, cafeterías, restaurantes, o en las cenas y reuniones familiares con amigos. Era una libertad más contenida, menos ruidosa y peligrosa.
El free speech se despedorró con el internet y se potenció hasta el exceso con las redes sociales. Hace unos 15 años, muchos nos preguntábamos si realmente queríamos conocer la opinión de absolutamente todo el mundo sobre absolutamente todo. La respuesta, en aquel entonces (y vaya que eran buenos tiempos), sigue siendo un rotundo “no”. De todos modos, apareció un espacio digital que convirtió todos esos pensamientos privados en algo público: Twitter, “la plaza pública del internet”.
Breve historia de Twitter como la manzana de la discordia
Mientras Facebook se enfocaba en “conectar con amigos” e Instagram en algo así como como “oigan, voy a fotografiar lo que tengo enfrente y compartirlo con un filtro vintage”, Twitter fue otra cosa: se trataba de opinar, de decir las cosas como venían a la mente, sin muchos filtros a la mano. Y es que nadie lo vio venir (aunque ahora nos parezca obvio), pero darle un megáfono a millones de personas terminó trayendo algunos pequeños problemas…
Un recuento del terror incluye:
• En 2010, Courtney Love tuiteó que su ex abogada había sido “comprada” en un caso en el que la representaba, lo que la convirtió en la primera celebridad demandada por difamación debido a un tuit.
• En 2012, Alistair McAlpine, el barón McAlpine de West Green (neta, así se llamaba), ex consejero de Margaret Thatcher, fue acusado falsamente de abuso infantil en Twitter, basado en rumores infundados. El barón limpió su reputación al presentar demandas por difamación contra usuarios, incluyendo celebridades…
• En 2015, el actor James Woods demandó a un usuario anónimo en Twitter por difamación: el sujeto decía, palabras más-palabras menos, que Woods consumía cocaína. El actor ganó la demanda (por 10 millones de dólares), pero el tuitero en cuestión nunca pagó porque, según su abogado, murió durante el proceso —la cuenta del susodicho sigue en línea, donde tiene candadito y un curioso mensaje en la bio.
• En 2016, a propósito del remake de Ghostbusters con un elenco femenino, Twitter se convirtió en un campo de batalla lleno de odio y ataques misóginos. La actriz Leslie Jones fue una de las principales víctimas, enfrentando insultos raciales que la llevaron a abandonar la plataforma. Milo Yiannopoulos, el asqueroso comentarista de extrema derecha, fue expulsado de Twitter tras incitar al acoso contra Jones.
En notas más positivas, toda esa diarrea de opinionistas trajo algunas cosas buenas:
• En 2010, Twitter fue un pilar esencial durante las protestas de la Primavera Árabe, ayudando a los ciudadanos de Medio Oriente a organizar manifestaciones y a compartir información con el resto del mundo en tiempo real. Se trató de uno de los primeros eventos en mostrar el poder de las redes sociales como herramienta de movilización política.
• En 2013 y 2017, los hashtags #BlackLivesMatter y #MeToo respectivamente, se convirtieron en herramientas clave para organizar protestas, compartir historias e información, y exigir justicia.
• En 2019, el hoy occiso Twitter comenzó a tomar medidas más estrictas contra el discurso de odio, incluyendo la eliminación de miles de cuentas vinculadas a ideologías extremistas.
A ver, esperen: esto último no necesariamente fue taaaaaan positivo. Aunque estos esfuerzos fueron más o menos celebrados, a la larga se han considerado como una especie de ataque a la libertad de expresión, y ayudaron a intensificar las nuevas ideas sobre los límites del free speech en redes sociales, a la adquisición de la plataforma por Elon Musk y los recientes cambios en moderación de contenido en Meta.
Pero antes de platicar de lo que nos espera con el Meta pro-MAGA y el renovado Mark Zuckerberg 3.0, platiquemos del algoritmo.
El algoritmo: el dictador silencioso
Empecemos por lo básico: a las redes sociales no les interesa tu negocio, ni tus ideas sobre el mundo, ni tus fotos y videos de gatitos. Lo que realmente buscan desde hace muchos años, es mantener a los usuarios en sus plataformas la mayor cantidad de tiempo posible. Así pueden excavar en tus datos personales, analizar tu comportamiento y vender un paquete de datos a sus clientes y ponerte publicidad en la cara.
El acuerdo tácito es: te doy un megáfono gratuito para que te expreses y “conectes” con otras personas, y a cambio yo tengo permiso de jugar con tus datos, con tu data. No somos el cliente, somos el producto.
Todo esto, por supuesto, es completamente legal. No sé si también sea moral, pero de que es legal, lo es.
Como dueños absolutos de sus plataformas, empresas como Meta, ByteDance y otras aprovechan su magia tecnológica para mantener nuestros ojos atrapados. Ahí es donde entra en juego el famoso algoritmo, esa palabra enigmática que empezó a popularizarse en la década de 2010. Este agente artificial se encarga de descifrar las millones de interacciones humanas que ocurren a diario en redes sociales: qué nos gusta, qué nos interesa, qué nos hace dar clic y, sobre todo, qué nos mantiene pegados a la pantalla.
El algoritmo, una máquina invisible, decide en silencio lo que vemos, lo que nos importa y lo que se convierte en tendencia. Es un maestro de ceremonias silencioso cuyo único fin es orquestar nuestra atención…
Aquel sueño ingenuo de “conectar con gente” quedó atrás hace mucho. Las redes sociales ya no son esos rincones donde veías las fotos de las vacaciones de tus amigos; ahora son motores de entretenimiento. Se han convertido en fábricas de contenido diseñado para alimentar el scroll infinito con la porquería visual que, según el algoritmo y sus cálculos, los usuarios quieren ver.
Mucha gente se pregunta por qué es invisible en redes sociales, o por qué nadie ve sus TikToks o no tienen followers o views o por qué su negocio en su página de Facebook ya no tiene suficientes likes. Todo se resume a: la máquina decidió que tu contenido, tu negocio, tus ideas, no son dignos de ser mostrados. No califican para el espectáculo.
Las redes sociales llevan años siendo una gran tomada de pelo. En el mejor de los casos, pueden ofrecer información útil (solo si eres de esos que tienen un feed bien curado o saben exactamente qué buscar). Pero en general, son pura basura: contenido mediocre, lleno de imprecisiones y falsedades.
Y uno de los entretenimientos más populares, por cierto, es pelear con las opiniones de otros. Todo, por supuesto, bajo el pretexto de ejercer la “libertad de expresión”. Aquí es donde entra esta nueva era dorada del free speech, un espacio donde cualquier opinión, por más absurda, incendiaria o desinformada que sea, encuentra eco y combustible para propagarse.
Suena justo lo que le gusta al algoritmo…
El nuevo Instagram
Elon Musk, un autoproclamado “absolutista de la libertad de expresión”, convirtió Twitter en X, una auténtica pocilga que premia el contenido barato, la violencia, la pornografía y que, por supuesto, se ha convertido en el refugio de los pensadores y los fans de las ideas de derecha. Y a pesar de que X antes Twitter, dicen que ha perdido 75% de su valor desde que Musk lo tomó en 2022, se ha convertido en un reflejo de los tiempos que estamos viviendo, con el regreso de Trump a la Casa Blanca: en 2025, X es un arma política de inmenso valor.
En un giro interesante, Zuckerberg parece haber tomado una página del libro de Musk, anunciando que “es tiempo de regresar a nuestras raíces alrededor de la libre expresión”.
Y hasta aquí llega la primera parte. En la próxima entrega quiero desmenuzar hacia dónde creo que se dirige el nuevo Meta (en especial Instagram) y qué significa exactamente este “regreso a la libre expresión” en internet.
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