Parte uno: 2014
Los estereotipos a veces son útiles. Yo, por ejemplo, me consideré siempre un “dog person”. Y quizá lo era, o lo soy. Cuando llegó una gatita a mi vida, no supe cómo reaccionar: pronto me vi frustrado ante esa presencia más o menos forzada en mi vida y que en tiempo récord se convirtió en una obligación.
¿Cómo fue? Bueno, mi hija lo encontró en un bote de basura, junto a sus hermanos muertos. No se pudo quedar en su casa porque su mamá es alérgica. Solución: llevar a la gata a casa de su prima. A las dos semanas salieron de viaje, y la gata de nuevo estaba huérfana. Solución: “Papá, tienes que cuidar a la gatita”. Y así fue. Un día los dos estábamos compartiendo el mismo departamento. Pensé en regalarla. Pensé en buscarle un refugio, algún amigo que le diera posada. Pero no lo hice.
Mi novia me dijo: “Bueno, ya vas a poder postear fotos hipsters”. Mi reacción fue un largo pfffff.
Comí con dos amigos expertos en gatos1: me dieron hora y media de tips, tips sobre convivencia, tips sobre educación, tips sobre alimentación. Por esos días me vi parado en el súper, en el pasillo de la comida de animales, mirando esas marcas de comida gatuna que nunca había pelado en mi vida. Me vi llamándole por teléfono a una amiga veterinaria, preguntándole si la marca “A” era mejor que la marca “B”. Concluí que la economía marcaría el ritmo de la alimentación de la gata. Soy un cheap bastard.
Decidí que la gata iba a ser educada como un perro. Primera medida: dormir siempre en el mismo lugar, en el mismo cuarto y a puerta cerrada, pues no era mi deseo pasar la noche escuchando a una gata echando desmadre en el resto de la casa, o siendo despertado por brincos furtivos en la cara.
Check. Lo logré. La gata a la fecha se va a dormir a su cuarto, le cierro la puerta y no hace un solo ruido –siempre y cuando yo también me vaya a dormir. Si estoy trabajando hasta tarde en la computadora, por ejemplo, se acuesta junto al monitor. Pero cuando me voy a dormir, ella se va a dormir. TODOS NOS VAMOS A DORMIR.
Segunda medida de educación canina para un gato: enseñarle a respetar la palabra NO. Ajá: NO te subas ahí, NO muerdas eso, NO rasguñes. Y acá debo decir que fracasé miserablemente. Puedo decirle NO seiscientas veces y la gata no va a dejar de atender eso que la tiene tan entretenida.
Lo cual no es un problema, a menos que lo que la entretiene sean mis manos. Es decir, atacar mis manos. O mis pies descalzos. Por alguna razón, parece olvidar que mis pies están pegados a mi cuerpo, y los ataca como esos grandes felinos africanos atacan cervatillos. Probablemente se deba a que yo soy un macho alfa y ella una hembra alfa. O que yo soy Capricornio y ella Acuario, pero peleamos mucho. Mis manos están muy rasguñadas. Soy un tipo competitivo y no me gusta que me gane (ella gana cuando yo pego el característico grito de “¡YA!” y se va a esconder debajo de un mueble, azorrillada), aunque debo admitir que admiro su valentía, que nunca se detiene para cargar contra mí cuando sabe que hay pelea.
Como buena depredadora, la gata tiene los ojos en la parte frontal de su cráneo, ojos diseñados por la evolución para atacar mirando a su enemigo, para avanzar a lo que los militares llaman the forward position. Y es un prodigio ver atacar a un gato, aunque sea juguetonamente, aunque sea una bestia domesticada. Un gato apresándote con sus garras es un eco de un león, de un tigre, de un guepardo, es un eco del mismo modo que la llama de un cerillo es un eco de una fogata. Las cosas primitivas nos recuerdan que somos los mismos desde hace mil, diez mil, cien mil años.
La gata nunca tuvo nombre. Mi hija, por recomendación de una amiga, le quiso poner “Martina”, pero a mí siempre me pareció un poco esnob. Un tiempo la llamé “Cartílago”, supongo que en protesta por la idea de llamarla Martina. También le empecé a decir “Salchichón” cuando observé (con un poco de horror) que el animal era capaz de alargarse desproporcionadamente, larga y chorizuda, como un acordeón que se acomodaba de manera imposible en un pequeño agujero y luego se estiraaaaaaaba. Acabé cediendo por la facilidad idiota que dan las palabras que salen solitas por costumbre, por lo cotidiano: Gata, Gatita, Gatuna, Gati Gatuna, Gati la Gatita. Por supuesto recordé a aquella Holly Golightly de Breakfast at Tiffany’s, cuyo gato sin nombre es una señal de su vida de solterona sin dueño:
I’m like cat here, a no-name slob. We belong to nobody, and nobody belongs to us. We don’t even belong to each other.
Por otro lado, ese gato es también el feliz motivo que le produce pensar a Holly que aunque no tiene hogar quizá un día tendrá uno, un hogar en el que se sienta tan contento como en Tiffany:
If I could find a real-life place that’d make me feel like Tiffany’s, then — then I’d buy some furniture and give the cat a name!
Cuando comencé a vivir con mi gata no sabía nada de los de su especie. No sabía, por ejemplo, que los gatos tienen una agenda propia: no les importa lo que tú opines de tus horarios, de tus muebles de Ikea, de tus cables de la MacBook, de tus pies con calcetines, del cepillo de dientes en el baño. El gato es un animal inalcanzable, un ser misterioso que parece estar en otro lado. Las malas lenguas, los “dog persons”, aquellos que no han experimentado vivir día y noche con un gato, pueden interpretar estas señales con adjetivos y defectos imputables a lo humano: “Los gatos son egoístas”, “los gatos son malagradecidos”, “los gatos son traicioneros”. Y quizá yo pensaba igual antes. A pesar de que mi padre hacia el final de su vida tenía dos perros y dos gatos (y me hablaba maravillas de ellos), yo nunca me atreví a ser un “cat person”. Debo decir que no vengo a juzgar a quienes prefieren la compañía de los perros (¡yo amo a los perros!), pero es una lástima que el mundo de los gatos siga estando lleno de abusos en su contra, de brutalidad, de supersticiones, solo porque es un animal distante, lejano, en su pedo. Los gatos dan amor en raciones breves. Pero lo dan. Mi gata es increíblemente amorosa. Se sienta en mi pecho y enciende el motor rrrrrrrun rrrrrrun. Pide que la acaricie con ojos a medio morir. Se deja peinar el copete un rato y luego se va a hacer sus cosas de gato. Ya volverá, pienso. Los stray cats son aquellos que salen de “aventureros” algunos días, a probar de otras mieles. Suelen regresar, a veces cargados de bebés, pero regresan. Los stray cats también aman. Es un amor diferente, difícil de entender, sobre todo si eres una persona needy o que necesita que le reafirmen los sentimientos cada cinco minutos.
Quizá porque la ecuación de amor de un perro es tan diferente, los “dog persons” no entienden a los gatos. No lo sé.
Borges escribió (como solo Borges podría escribirlo) que el gato es “más remoto que el Ganges y el poniente, tuya es la soledad, tuyo el secreto”, y le llamó “esa pantera que nos es dado divisar de lejos”. Ahora entiendo mejor ese poema:
La lejanía de los felinos es parte esencial de su belleza. En otro tiempo estás. Eres el dueño de un ámbito cerrado como un sueño.
Mi gatita estaba en un bote de basura y ahora tiene una casa, tiene comida y tiene un idiota a quien molestar. Disfruto los pequeños placeres de nuestra relación, como servirle agua (ella corre a beber), sentarme a escribir en la computadora (ella viene y se asoma por debajo del monitor, tratando de detener que mis dedos golpeteen el teclado), sentarme a ver la tele, con ella detrás o a un lado, durmiendo con ese sueño ligerísimo que a la menor provocación se convierte en la Batalla de los Campos del Pelennor. Ya nos toleramos y ya nos queremos; ya aprendimos a vivir juntos.
Y sí posteé fotos hipsters, whatever that means.
Parte dos: 2024
Gati Gatuna se fue de mi vida a fines de 2015. Pasé por un bache emocional y me mudé a un lugar donde me era imposible cuidarla, así es que una amiga me ayudó a conseguirle una casa donde aún vive y la tratan bien y es muy feliz.
Cuando me despedí de ella subí esta foto con la leyenda:
Gracias por todo, amiga del alma. 😼
Durante los siguientes ocho años y tres meses viví con perros. Vinieron Muga Muguita y Bolsita de Caca y la Wera —quien un día simplemente se subió al coche, siguiendo a mi hija, y se volvió parte de la familia. También murió mi amado Filemón, ese señor tan serio que durante años me recibía cuando llegaba a la casa y embarraba su hociquito en las piernas cuando me veía.
Durante estos años he escrito sobre lo que significa dormir con un perro y por qué me considero, en esencia, un “dog person”. Lo curioso es que la vida me llevó con una señora que tiene ojos de gato y que vivía sola con su gatita, Costal, cuando decidimos irnos a vivir juntos. Así es que vivir con Ojos de Gatito implica vivir con Costal y sí, esa es la razón por la que, diez años después, otra vez cohabito con un gato2. Yo no le digo Costal porque su cuerpo se asemeja a una empanada, así es que prefiero llamarle, claro, La Empanada.
La Empanada es una gatita muy diferente a Gati Gatuna: no es atigrada sino blanco y negro. Es tímida pero se deja acariciar. Es needy de a madres pero no conmigo sino con su humana. A mí me ignora la mayor parte del tiempo, pero a su mamá la trae en chinga con docenas de maullidos diurnos (¡siempre tiene hambre!) y visitas incómodas a las 3 am.
Como podrán imaginarse, todos estos acontecimientos me ha traido de vuelta al extraño, extraño mundo de las “cat persons”. De alguna manera, ahora es como si yo fuera un espectador de esa relación codependiente que generamos con nuestras mascotas.
Como amante de los perros, sé que la codependencia parte de que los perros transmiten su amor sin ninguna barrera: ellos primero mueven la cola y luego hacen las preguntas —incluso con extraños. Si hablara, un perro le diría a un extraño “no sé quién eres pero te amo”. El amor del perro es desbordado. Te tocan, se embarran con sus narices frías y mojadas, te dan mordiditas. Yo amo eso de los perros, quizá porque esa es mi manera de dar amor.
La Empanada, en cambio, me ha recordado el suave amor que regalan los gatos. El gato te elige, no al revés. El gato pone sus límites, se acerca poco a poco y, cuando pierde el miedo (o el asco), se sienta en tus piernas o tu pecho y enciende el motorcito prrrrrrr prrrrrr —lo que quiere decir no que te quiere, sino que te ha escogido como el recipiente de su felina magia.
Recuerden lo que decía Borges: el gato es esa “pantera que nos es dado divisar de lejos”. Hermoso.
Pero por supuesto los gatos quieren, los gatos también aman. Ellos aman a sus humanos. Solo lo hacen de una forma que los “dog persons” no acabamos de entender.
La curiosidad no para ahí. El gato es un bully adorable, aunque como yo siempre he sido un bully no me siento tan a gusto cuando hay otro bully en mi entorno. Los gatos, esto nos lo ha enseñado YouTube, son douchebags que abusan de sus humanos: destruyen muebles, rompen cables, tiran vasos y le brincan a sus dueños a la mitad de la noche. Pero de algún modo misterioso, los humanos que toleran este comportamiento lo hacen de una manera casi ciega, los llenan de besos como si sus pequeños malcriados no hubieran hecho nada y se disponen a sufrir otro día de bullying.
A los amantes de los perros nos cuesta trabajo entender esto, pues al perro se le educa y se le pone en cintura, lo cual es imposible con un gato. ¿Cómo pueden vivir así? Creo que el equivalente es el de recoger caca: los amantes de los gatos no entienden la cercana relación que los humanos hacemos con nuestros perros al someternos a sus heces y ponerlas diligentemente en bolsitas de plástico.
Hablemos un poco de la ternura y el cuteness del gato.
Creo que uno de los mitos más arraigados en el mundo, y quizá sea culpa del internet, es que los gatos son cute. ¡No lo son! Cuando miras a un gato estás viendo el eco de un tigre, lo cual me recuerda (de nuevo) a Borges, quien comparaba a un cuchillo en un cajón con un felino depredador:
En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre.
Algo cute no puede tener la mirada de un depredador. Los gatos son bonitos, son súper hermosos, eso lo entiendo, pero en ese sentido un cocodrilo también me parece hermoso, estético, diseñado a la perfección para acabar con vidas. Por supuesto, el gato es un felino doméstico, pero en su ADN no está ser lindo o tierno o cute. Si los gatos entendieran este concepto, seguramente lo encontrarían escandaloso. Ellos son los Cazadores Furtivos del Librero. Los Amos y Señores del Sillón. En su ecuación de vida no hay lugar para el cuteness. Eso es algo que los humanos les hemos añadido. Vaya, es como cuando a los pugs los disfrazan de calabacitas en Halloween. Yo sé que los perros son lobos diluidos, pero no mamen, en serio.
La Empanada es una gatita majestuosa. Sí, quizá parezca empanada, pero eso no la detiene a sentarse en lugares estratégicos y sacar los omóplatos como en una posición ofensiva. Todos los rayos de sol de la casa son suyos. Se los come a diario con una voracidad que se expresa tirándose de panza como turista gringa en Playa del Carmen. Y es que La Empanada come sol como si no hubiera mañana. Y luego se duerme en una silla junto a mí, toda despanzurrada. No le importa, eh. Porque cuando eres La Empanada, Ama y Señora de los Rayos de Sol, puedes dormir todo lo que quieras.
Así mi vida con gatos. Y con una chica de ojos de gato. Lucky me. Miau.
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La primera parte de este post fue publicada originalmente el 30 de abril de 2014
No pienso realmente que lo fuera, pero uno siempre tiene amigos “expertos” en algo.
Sé que son preguntones, y la razón por la que mis perros no pueden vivir conmigo es porque Costal no tolera la presencia de otros animales en la casa, incluyendo gatos. Pero no se preocupen: mis perritos están muy bien cuidados, y los veo muy seguido ;)
Esto me llenó el corazón muy cabronamente. Gracias y besitos, milic!
Como siempre un placer de lectura en domingo. Admiro los gatos pero prefiero a los perros. Aunque ambos suelten pelo en cantidades asombrosas y sobre todo molestas. Hasta el momento no he sentido la pérdida de un gato, y me refiero a cuando acaba su ciclo de vida, eh perdido 6 amigos caninos y todos y cada uno dejaron un ENORME hueco el mi vida, el duelo es fuerte y la pena grande. Si son criaturas hermosas los gatos, bellos, elegantes, asombrosos.
No me animado a tratar de convivir con una amistad felina de planta a diferencia de mis hijas qué los adoran, también a nuestros amigos caninos los adoraron cuando estuvieron.
Maese Ruys en verdad gracias por compartir sus notas. No siempre comento pero eso si siempre disfruto leer los post y opiniones.
Ah y verdaderamente disfruto el podcast de retroish! Un festín de excelente musica y comentarios.
Saludos.