Soy un señor con perritos
Siempre he amado a los perros, pero por alguna razón ahora me siento mucho más apegado a ellos.
De unas semanas a la fecha, amanezco con un perrito hecho bolita, embarrado a mi cuerpo. Una perrita, de hecho. Se llama Nugget y es muy pequeña, muy desmadrosa y muy peluda (raza: ewok de la calle). Tiene la capacidad, como buena descendiente de depredadores, de dormir profundamente durante horas, pero también posee un sueño ligero; cualquier ruido y movimiento súbito la pone en alerta. Ella aún es una cachorrita, y estar cerca de su manada es vital. Sentirse sola seguro activa alarmas en su cerebriito canino. No puede aún bajarse de la cama sola, así es que poner pausa en una serie para ir por algo al refri es motivo de ladridos de desaprobación, de no me vayas a dejar aquí sola, culero.
Trato de imaginar a aquellos primeros perros salvajes, los que se acercaron a los poblados humanos y aprendieron a convivir por comida y calor. Perros de hace 30 mil años que aún no eran precisamente los perros que conocemos hoy (la evolución es un work in progress, ¿verdad Lic. Darwin?), los que empezaron a aprender cómo hackearnos: con esas cejas adorables que derriten los corazones de las personas, con las orejas agachadas (fun fact: los lobos tienen sus orejas siempre erguidas, las orejas caídas de muchas razas de perros son un truco evolutivo para generar empatía con los humanos), con un trazado de colores de pelo en el rostro o pecho, y el ladrido como una forma de comunicarse, de cooperar con avisos oportunos (por ejemplo: ¡cuidado, ahí viene un T-1000!). Se volvieron guardianes y acompañantes. Y se han adaptado fabulosamente: de las chozas paleolíticas a las grandes construcciones de los farones, pueden vivir en el desierto, en las calles, en la playa o en un penthouse con aire acondicionado. La única regla parecer ser: donde hay humanos, hay perros. Incluso los caninos que no tienen dueño humano, jaurías que pueden encontrarse por igual en la ciudad que en los entornos rurales, dependen de nuestros asentamientos para conseguir su comida. Sí, comida. Pero, ¿nos quieren? ¿O sea, nos quieren de corazón?
Claro que sí. Pero ya llegaremos a eso.
Cortázar decía que "un gato no viaja, su órbita es lenta y pequeña".
Entiendo cómo ese detalle de la personalidad gatuna es, en parte (y entre muchas cosas), lo que fascina de los felinos domésticos a las personas. El gato es un ser que le da nombre a la majestuosidad, una creatura que se sienta en su trono a observar pasar las horas. Un perro, en cambio, es esencialmente un caminante. Se sabe que los lobos suelen caminar 8 horas diarias, a un ritmo de 8 km/h.
El perro necesita el paseo diario: éste le provee de experiencias olfativas, de ver cosas diferentes (aunque siempre vea lo mismo), de nutrir su curiosidad, de estirar las patas, de sentir el aire en el rostro. Pero lo que los perros más disfrutan es caminar con nosotros. Caminar juntos es un hecho simbólico: es emprender en compañía, es compartir, es dirigirse a un destino en común. A los perros caminar con sus humanos les recuerda a diario que son parte de una familia, que nosotros somos su manada. Y como todos sabemos, Ohana means family, family means nobody gets left behind, or forgotten.
Esta fascinante creatura que puede pasar horas acompañándonos en sesiones maratónicas de Netflix, o corriendo y ladrando frenéticamente entre matorrales, llena mis días y mis noches. En mi caso, un capricorniano de libro de texto, son excelentes compañeros de vida pues disfrutamos las rutinas diarias, como comer siempre a la misma hora, nuestro paseo mañanero y nocturno (¡y ahora con tres perros a la vez!), el momento de la siesta, el momento de voy a ladrarle al perro vecino mientras mi humano tiene una llamada. Cuando yo era niño, mis papás me compraron un perro, un Bóxer, porque "es una raza que quiere mucho a los niños" (cosas que se decían en los 70, supongo). Y aunque amé mucho a ese animal, mi relación con los cánidos se fue moviendo con el tiempo: de ignorarlos durante la adolescencia (ajá, nadie espera que un adolescente sea responsable con un perro), a vivir solo con un perro en mis años corporativos, a esta etapa en la que me he convertido en un señor canoso, con dad bod y anteojos de vista cansada. Aquel perro de mi infancia, Argos, quien me soportaba jalándole las orejas y montándolo como un caballo (ustedes disculpen, yo tenía 4 años), se adaptó a las circunstancias y nos acompañamos mucho tiempo. Mis tres perros, Randle-El (alias La Nalga), Muga (alias el camarada Gusano Gusanovich) y Nugget (alias Bolsita de Caca), hacen sentir su presencia todo el día. De hecho, "hablamos": ellos saben pedir agua, me recuerdan a ladridos que es hora salir, llegan de la nada a saludar o a que les acaricie la panza, estiran los brazos para que los suba a la cama, me aprietan con una patita el muslo cuando quieren que les comparta un pedacito de tortilla. Para aquel primer perro de mi vida, Argos, yo era el niño; para el señor que soy hoy, mis niños son estos tres perros, meones y cagones y desmadrosos. Les aguanto que rompan cosas, que hagan ruido y tengan la casa apestosa. Y es que estoy convencido de que es amor el que sentimos entre todos (esto incluye a mi hija y la mamá de mi hija, quienes también son parte de la manada), el que fluye y vibra en el ambiente. Cuando salgo de casa y regreso y hacen un gran espectáculo al abrir la puerta y saltar y chuparme las manos, pienso: ¡qué gran privilegio! Sentir ese amor mantiene mis niveles óptimos de dulzura en el corazón, lo cual se ha vuelto tan esencial en mi vida como tomar café o revisar Twitter. Mis perritos son pura gasolina para el alma. ¿Dónde estaría yo sin ellos? Sería una persona muy sola y triste, seguramente. Mis perritos no solo me quieren, estoy seguro de que me han convertido en una mejor persona. Nos vamos a acompañar hasta el final. Porque, ya lo saben, Ohana means family.
Un podcast para ustedes
Aprovechando que hoy escribí sobre mis creaturas favoritas en el mundo, les dejo acá un podcast que grabé en 2021, con canciones viejitas y mucho, mucho corazón:
Retroish de primavera 21: ep. 06 - Los perritos — soundcloud.com
Música viejita y anécdotas gafapasta con Ruys. En este episodio de Retroish de primavera 21: por qué los perros son los seres más maravillosos de este mundo.
Una foto en mi carrete
Una canción para ustedes
Shy Away (Livestream Version) by twenty one pilots on Apple Music — music.apple.com Song · 2:57 · 2021 · Available with an Apple Music subscription. Try it free.
Dos lecturas para ustedes
Bruce Willis’ aphasia battle: Living in a country where you don’t speak the language — www.latimes.com Living with aphasia has been compared to living in a country where you don’t speak the language. Gestures, sign language or other forms of communication may not be much help. And the people who want to help you struggle to understand.
Why We Use “lol” So Much — www.vice.com In the 1980s in Canada, Wayne Pearson laughed at a joke his friend typed into an pre-Internet digital chat room called Viewline. “It had me bursting out laughing almost to the embarrassment of doing so in a house by myself sitting at a computer,” Pearson told the Calgary Herald in 2015.
Había un texto sobre Domel? Habría forma de leerlo nuevamente. Creo que fue cuando murió.