El regreso del Tlatoani
Casi dos décadas de mi mirada política en México a través de cinco textos
Este 1 de octubre reiniciamos el ciclo de coronación del Wei Tlahtoani, el líder supremo de la Gran Nación Mexicana que, en esta ocasión y por primera vez en la historia del país, será una mujer. He querido fabricar esta Lectura de domingo (en lunes) con cinco textos, cuatro de ellos escritos en fechas cercanas a recientes procesos electorales (2006, 2012 y 2018), y una conclusión con mis ideas en este 2024. Espero que los disfruten y tengan mucho que pensar y opinar al respecto.
Uno / Releyendo a Tolkien antes del 2 de julio
Texto de 2006 — Publicado originalmente en la extinta revista Conozca Más
Imaginemos a la elfa Galadriel introduciendo, con voz en off, una versión perredista de El Señor de los Anillos. Luego de relatar cómo fue forjado el Anillo de Poder, aquel que corrompe los debiluchos corazones de los hombres, y la manera en que se perdió luego de que le fuera arrancado al Señor Oscuro, Sauron, nos cuenta de qué forma es encontrado de vuelta:
“Algunas cosas que no deberían ser olvidadas, se perdieron. La historia se convirtió en leyenda. La leyenda se convirtió en mito. Y por más de 70 años, el Anillo pasó desapercibido hasta que obtuvo un nuevo dueño [escuchamos una voz cavernosa diciendo "My prrrrrrrrrrrecious"]. El Anillo pasó a la Criatura Blanquiazul, quien lo llevó hasta las profundidades de Los Pinos. Y ahí lo consumió [volvemos a escuchar "my prrrrrrrrrrecious"]. El Anillo le dio a la Criatura Blanquiazul una innatural longevidad: por 6 años envenenó su mente. Y en las profundidades de Los Pinos esperó. La oscuridad reptó de vuelta en la República. El rumor creció: una sombra en el sureste en medio de murmullos de un miedo innombrable. Y el Anillo de Poder percibió que su tiempo había llegado: abandonó a la Criatura Blanquiazul. Pero algo pasó, algo que el Anillo no tenía contemplado. Fue recogido por el ser menos imaginado: un tabasqueño. Porque el tiempo vendrá, en el que los tabasqueños le darán forma a las fortunas de todos”.
Okey, suficiente megalomanía perredista (eso sí, Andrés Manuel le da un aire a Bilbo Baggins). Ahora imaginemos a Elrond, también elfo de orejas puntiagudas, pero en versión panista, en el concilio en el que se forma la Comunidad del Anillo, explicando porqué su contrincante político es una amenaza para México (con traducción de un servidor, entre paréntesis):
“Extraños de tierras distantes, amigos antiguos, han sido requeridos aquí para responder a la amenaza de Mordor (AMLO). La Tierra Media (México) está al borde de la destrucción. Nadie puede escapar. Se unirán o caerán. Cada raza (ciudadano) está ligada a este destino a esta perdición”.
Corte a: El Retorno del Rey, Aragorn medio adormilado camina hacia una tienda de campaña. Esta escena es perfecta para entender en qué momento Felipe Calderón se dejó de tonterías, asumió su papel e incluso llegó a puntear las encuestas. En el filme, Elrond le entrega un regalito a Aragorn; le trae a Andúril, la llama del oeste, espada que lo convierte legalmente en el rey de los hombres. “Pon a un lado al montaraz”, le dice Elrond a Aragorn (para mayor claridad, imaginen a Felipe con la cara de Viggo Mortensen). “Conviértete en lo que naciste para ser”.
Okey, suficiente megalomanía panista.
El 2 de julio, nos dicen los políticos, la ciudadanía tomará una decisión que afectará los próximos 25 años. No termino de entender por qué, si solo elegiremos al presidente que nos gobernará durante los próximos seis. Pero yo nada más soy un torpe neófito en la materia acudiendo a Tolkien para entender qué diablos pasa con la política de este país.
Este nuevo México, en el que el PRI se ha colapsado y un partido de derecha ha tomado las riendas del país, es más aterrador de lo que me imaginaba en el año 2000. Es un México que se ha convertido en blanco y negro. La gente que ama a Felipe odia a Andrés Manuel. La gente que ama a Andrés Manuel odia a Felipe. En medio, una amorfa masa de orcos, indecisos y confundidos…
¿De qué lado estarán ustedes el 2 de julio? ¿Del lado del PAN o del lado del PRD? Esa decisión quizá ya la han tomado, muy probablemente basados en su mejor juicio, pero también en su mejor moral. Quizá piensen que uno de los dos bandos está conformado por los buenos, y otro por los malos. ¿Quiénes son aquí, para ustedes, los héroes y quiénes los villanos? Si están del lado del PAN, es probable que vean a Andrés Manuel como Sauron, ordenándole con su ojo flamígero a Jesús Ortega, su propio y privado Saruman, que fabrique un ejército de uruk-hai dispuestos a partirle la mandarina a La Gente Buena y Libre de México. Desde ese punto de vista, por supuesto que es (como nos lo ha repetido el PAN) una amenaza. Un peligro. Si, por el contrario, se identifican con las ideas de Andrés Manuel, lo verán como un pejehobbit, una versión tabasqueña de Frodo, caminando afanosamente por el Mount Doom, poniendo todo su empeño y pasión para destruir al Anillo de Poder, ese que concentra la “maldad” del presidente Fox y el régimen que representa.
En realidad, Tolkien sólo quiso inventar lenguas, como el quenya (una mezcla de latín, finlandés y griego), y para eso se inventó una historia. Sin querer, creó una de las sagas más refinadas sobre la lucha entre el bien y el mal. Y justo por eso es relevante en estos momentos: en el fondo, nuestros candidatos a la presidencia han dedicado más tiempo y recursos hablando del bien y el mal. Para convencernos de que les demos nuestro voto, han apelado, con una retórica francamente primitiva y predecible, a uno de los principios morales que casi todos los humanos traemos de origen: vencer a mal con el bien.
Vince in bono malum. El PAN dice que el PRD representa el mal. El PRD dice que el PAN representa el mal. Una decisión (el voto) que debería basarse en lo que más le conviene al país, se ha convertido en un asunto moral. Eso es triste, pero de todos modos tenemos que ejercer el sufragio. Yo, por ejemplo, ya sé por quién voy a votar. Pero no se los voy a decir. Estoy en todo mi derecho.
Gracias por el momento de claridad, Tolkien.
Dos / El día que perdió el PRI
Texto de 2012 — Publicado originalmente en mi extinto blog de Tumblr
Mis padres eran ávidos lectores de publicaciones periódicas: en los setenta y ochenta el diario Excélsior no faltaba en la casa. Pero también leían revistas, entre ellas Selecciones de Reader’s Digest, Los Supermachos y Los Agachados (ambas historietas políticas de Rius), y una especie de publicación alternativa de moneros y sátira política de izquierda titulada La Garrapata.
También una revista de fenómenos paranormales y conspiraciones, Duda: lo increíble es la verdad. Para cerrar el cuadro, las revistas Siempre! y Contenido. El formato de Contenido era “pocket” (¿media carta, quizá?), una mezcla entre temas políticos y actualidad —aunque no podía ser tan actual porque no era un semanario.
Interesantemente, solía contener “novelas condensadas”, es decir, de 50 a 60 páginas extraídas de un libro. Una de esas novelas condensadas me llamaba la atención. Se llamaba El día que perdió el PRI. Un título perturbador.
¿Cuál era mi pensamiento político al entrar a la pubertad? No lo sé con exactitud. Sé que mis padres consumían todo este material de izquierda, y que leer durante años sátiras de Rius al Tío Sam, el PRI y la sociedad de consumo debió formar (o deformar) algunas zonas de mi cerebro. Hoy pienso que aquellos contenidos en papel impreso eran bastante avanzados: Rius, por ejemplo, ya criticaba el neoliberalismo en Los Agachados. También le dedicó tiempo al inminente desplome de la capa de ozono y la crisis ambiental por culpa del capitalismo. Se burlaba del consumismo voraz de la clase media wanabí mexicana y, por supuesto, de la política intervencionista de los gringos.
Rius era un tipo de avanzada. Yo era un chamaco sateluco.
Crecí en un entorno suburbano clasemediero. Las calles de Satélite a principios de los ochenta se encontraban mayormente vacías, con excepción de alguna trasnochada Wagoneer o Pacer o Caribe o LeBaron circulando con lentitud por ahí, o los críos en sus bicis o en sus patinetas. Satélite: tierra de skaters. De las aguas de la Zona Azul, del Penny Land —un antro de arcade adentro de un mall llamado Plaza Satélite.
Vivimos un tiempo en la calle de Circunvalación Poniente, cerca de la Academia Maddox, la fábrica local de niñas bonitas. Siempre quise andar con una chica de la Maddox.
En Satélite los callejones estaban abiertos, aunque a mediados de la década comenzaron los asaltos a transeúntes y los cerraron. Le echaban la culpa a “los mariguanos”, pero aquello era más histeria que realidad. Pegábamos pósters en nuestras recámaras. Coleccionábamos tarjetas Topps. Algunos críos fumaban mota, pero lo hacían como los chicos suburbanos lo hacen: sin la pasión trainspottera del yonqui, sin los estímulos de una ciudad vibrante y completa como el DF… fumar mota era aburrido y tan apasionante como volver a encender el Nintendo para otra partida de Duck Hunt. Un mero trámite.
Los aburridos pubertos suburbanos habían visto hasta la saciedad The Warriors y aspiraban a tener su propia pandilla. Nada que ver con la realidad de los hoyos fonquis y los chavos banda, que en los ochenta se volvieron un tema “de noticiero”. En Satélite ser pandillero era una especie de hobby clasemediero. En el fraccionamiento La Florida, Naucalpan, había una pandilla de chicas de la zona que se hacía llamar Las Ruths. Una vez me persiguieron para asaltarme (nunca me alcanzaron).
Cuando Jacobo y Lolita Ayala empezaron a sacar auténticos chavos banda en la televisión en reportajes que los exhibían como “un problema de la sociedad”, la sensación era rara. Distante. ¿Qué tenían que ver esas personas que con nuestro entorno suburbano? Nosotros solo queríamos nuestro MTV (cuyas transmisiones originalmente fueron prohibidas en México por la Primera Dama en 1981, doña Carmen Romano de López Portillo, quien consideraba que el canal de videos corrompía la moral de los jóvenes). Nosotros solo queríamos noticias de Tohui el osito panda de Chapultepec, o ver en vivo en la tele los éxitos deportivos de Fernando Valenzuela o Hugo Sánchez. Nos obsesionaba discutir si habría una cuarta película de Star Wars. Marty McFly era LA ONDA.
No sabíamos nada de la guerra sucia. De Lucio Cabañas. De las atrocidades del gobierno. De los negocios oscuros de Pemex. De los excesos de los políticos, los sindicatos y los Elba Esther Gordillo originales, como Fidel Velázquez. Claro, éramos muy jóvenes. Pero nuestros padres tampoco parecían muy preocupados, o al menos no nos contagiaban de ese tipo de noticias. Y la televisión ni hablemos: ahí todo era Disneylandia.
A la distancia, parece que los jóvenes suburbanos de los ochenta estábamos desconectados de la realidad. Quizá la razón era que no pasaba nada en Satélite. La inseguridad no era un problema. Ni el tráfico. Ni siquiera las drogas. Nos preocupaba obtener buena fayuca, eso sí. Conseguir tenis Adidas originales. También nos preocupaba que subiera el dólar. Ya que mi familia materna era de Saltillo, Coahuila, las probabilidades de viajar a Laredo de compras dos o tres veces al año eran altas…
No podría decir que la política fuera una “preocupación”. El PRI manejaba el país. O quizá el PRI hacía como que gobernaba y nosotros hacíamos como que nos dejábamos gobernar. Robaban, sí, eso todos lo sabían, pero nadie se quejaba realmente. Los policías te asaltaban, pero aquello era mejor a que un verdadero maleante te quitara tu casa. O tu vida. O tu cabeza… las noticias eran una depravación al servicio del estado. Jacobo daba cuenta de los “logros” del gobierno en guiones cuidadosamente preparados por alguien en el partido en el poder. El PRI era una especie de big brother hipócrita que siempre se salía la suya. Como leí hoy: los priistas siempre saben cómo salirse con la suya, marearte con su verbo y caer parados. Ahora imaginen una maquinaria cimentada en esos “valores” metida 24/7 en el poder.
Las imágenes con la que uno crecía para entender el papel del Presidente de México eran La Silla (el símbolo máximo del poder), “El Tapado” (el sujeto designado por el presidente saliente para quedarse en el cargo) o aquel legendario diálogo: “¿Qué hora es?” — “La que usted quiera, señor Presidente”. El PRI era todo. Ubicuo. A prueba de fuego, grilla, lluvia, manifestaciones, periodicazos. El PRI era perfecto. La pax pri era indiscutible.
El PRI nos hizo crecer desmemoriados. Tlatelolco me parecía un asunto de hueva infinita. No me identificaba. No me interesaba. Mis padres, tan rojillos ellos y tan preocupados por nuestra educación, tan enemigos de la Coca-Cola y “la caja idiota” en los setenta, habían comenzado a ceder. ¿Y cómo no hacerlo? Era preferible tener el refri lleno. Dinero para las colegiaturas. Leche, jamón y huevos. Todas esas ideas de Rius se fueron congelando a medida que avanzaron los años. Cuando llegué a la universidad, en 1992, me gustaban las caguamas, el grunge, traer el pelo largo y cuestionar todo lo que tuviera que ver con Televisa. Pero no cuestionaba al PRI. Sospecho que el PRI trabajó desde 1968 para que la siguiente generación olvidara. Usó todos sus artilugios, todas sus trampas, toda su retórica para granjearse el olvido de la gente.
Pero siempre guardé en la memoria El día que perdió el PRI de Armando Ayala Anguiano (venden la edición original en Mercado Libre). Nunca leí el libro, ni la novela condensada, pero de chico tenía la mala costumbre de leer la última línea de un libro. Tomé la revista Contenido y hojeé hasta el final. “Al otro día, comenzaron los disturbios”, se leía en la última línea.
Disturbios. He ahí una palabra fuerte.
Veinte años después de que pasé por la universidad, han pasado algunas cosas. El PRI perdió la Presidencia y el proyecto de nación del PAN fracasó con rotundo éxito. Es 2012 y el PRI amenaza con volver. Pero ahora los estudiantes saben. La gente sabe. Lo que yo no sé es si eso será suficiente.
Deseo en mi corazón que el PRI pierda este 1 de julio. Sí. Ojalá que este 1 de julio lo recordemos como el día que perdió el PRI.
Tres / La noche triste
Otro texto de 2012 — Publicado originalmente en mi extinto blog de Tumblr después de que ganara el PRI
Anoche la furia, la desesperanza, la frustración y la tristeza se desparramaron entre mis contactos de redes sociales. Como los que usamos Twitter y Facebook comúnmente caemos en el error de pensar que representamos el pensamiento y las tendencias de un país entero, a pesar de que solo una sexta parte de sus habitantes tienen internet en casa, el primer impulso fue dejarse llevar por la tendenciosa opinión que (desde mi punto de vista), marcaron las famosas encuestas de salida —cuya utilidad, a dos horas y media de un pronunciamiento oficial, es solo la de servir a la histeria y la desinformación colectiva. Así, miles de tuiteros empezaron a proclamar el “ya valió madres”, para luego pasar al conocido juego de a ver quién dice lo más gracioso o lo más puntilloso, el predecible vaivén de a ver quién pone el dedo en la llaga con 140 caracteres. El melodrama inundó Twitter, y a ello siguió la copia de la copia de la copia del tuit de alguien: el de la sobadísima cita de Monterroso, el de los antidepresivos para el day after, el de “deberiamos separar al DF del resto del país”, el del reloj que se retrasó 70 años. Etcétera. Cuando el presidente Calderón salió a validar el triunfo del PRI (en una apresurada y extraña jugada política que no me toca a mí analizar), momentos después de que el conteo rápido del IFE confirmara que la ventaja era de Peña Nieto, los tuits se volvieron rápidos y furiosos contra él, quien nunca peló el hashtag #renunciacalderon y llegó al momento de su sexenio en el que (duramente) tuvo que admitir que le pasará la estafeta de vuelta al viejo PRI.
Hoy en la mañana revisé temprano el PREP y Peña Nieto seguía a la cabeza.
La tristeza inunda todo. ¿Todo? Todo el Twitter, claro. Permítanme recordarles que la vida está allá afuera. No en sus timelines. La realidad nos está esperando, y a lo mejor es cruda y horrible, pero es tan honesta como solo la realidad puede ser. Espero que hayamos aprendido la lección: en el país no todos piensan como se piensa en ese microuniverso llamado redes sociales, a pesar de los patéticos tuitstars y sus 200K followers (prrrrt) y los “analistas” en la televisión presentándose como expertos en social media y citando cosas tan pendejas y con tan poco valor como un trending topic. Ojalá, pero no creo: tenemos la cabeza dura y seguiremos celebrando a la chusma tuitera como ídolos solo porque sextuitean, chistuitean y poetuitean como unos dioses.
De esta elección me queda muy claro que el clasismo político es lo de hoy: eres un pendejo (o muy naco o muy ignorante, ustedes elijan su adjetivo) si no votas por quien yo voto, si no crees en lo que yo creo. Qué jodidos estamos. La democracia nos viene al dedo solo si gana quien queremos que gane. Tanto cinismo. Tanta apatía.
La noche triste del 1 de julio de 2012. Un país dividido en tres. Mexicanos peleando con mexicanos. Es tristísimo. Eso es más triste que haya ganado el PRI. El buen Dr. King en su infinita sabiduría decía que tenemos en nuestro interior el poder creativo de cambiar las cosas: “A power that is able to make a way out of no way and transform dark yesterdays into bright tomorrows. Let us realize the arc of the moral universe is long but it bends toward justice”.
We shall overcome, pero para eso hay que ponerse a trabajar. Eso es lo que quería decirles.
Cuatro / Para no indignarse con las opiniones ajenas
Texto de 2018 — Publicado originalmente en mi extinto blog de Wordpress
En estos tiempos electorales, ¿las opiniones de amigos, coworkers y familiares le indignan? Sabemos que en temas picantes y candentes, del feminismo a la política nacional, nadie quiere tener que exponer sus ideas y rebajarse a tratar de “entender” una postura opuesta que no nos gusta ni nos interesa. ¡Ánimo! Ante la hueva suprema que nos produce tener debates con amigos y conocidos cuyas ideas sean distintas a las nuestras, la era digital nos ofrece:
Chats privados para hablar pestes de las ideas de amigos y conocidos con otros amigos y conocidos.
El unfollow, herramienta que permite dejar de ver casi por completo las publicaciones de alguien. No es elegante, pues deja claras tus intenciones.
El mute, que a diferencia del unfollow, manda el mensaje “aún somos amigos, pero no me interesa saber nada de ti”.
El block, un “no quiero más de ti” duro y definitivo —al menos hasta que se aplique el unblock.
El GIF: ideal para responder de forma pasiva-agresiva, y sin comprometer una postura.
El “tú sabes quién eres”: una mención sin mencionar, acobardada, críptica y pestilente.
Así, gracias a estas herramientas de la vida moderna, podremos pasar este próximo domingo de elecciones federales encerrados en nuestras burbujas sin cruzar opiniones que, lejos de retarnos, solo nos molestan, seremos capaces de salir a votar seguros y confiados de que nuestra verdad es única e inmutable. En suma: “El prójimo es un pendejo, sus opiniones, basura, y no me interesa cambiar de opinión al respecto”.
Cinco / El día que todos perdimos
Texto de 2024 — Publicado hoy en este blog de Substack
Escribo estas líneas agripado y con un clima lluvioso y otoñal, bajo los efectos de los huracanes John y Helene. Mañana culmina el desastroso sexenio de Andrés Manuel y el 1 de octubre inicia el nuevo ciclo de la pax morena con la coronación de la She-Huei Tlatoani, Claudia Sheinbaum.
Sé que mis palabras encontrarán más detractores que nunca. Para darme a entender mejor, un poco de contexto:
La primera vez que escribí sobre nuestros políticos fue en 1997 para la revista Origina. A fines de los noventa, quizá muchos de ustedes no lo recuerden, se sentía una brisa de cambio y optimismo. Cuauhtémoc Cárdenas había ganado la primera votación para jefe de gobierno del Distrito Federal, un hecho histórico para un candidato de izquierda, y que solo sería superado por la magnitud del triunfo electoral de Vicente Fox en el año 2000. En aquella primera década del siglo XXI, aunque el clima internacional era incierto, entre el fin de la guerra fría y el inicio de la guerra contra el terror, la democracia en México se sentía al fin como algo real y palpable, y el crecimiento de tecnologías de información como el internet nos hacía pensar que el único y lógico camino era el de ir progresando como sociedad hacia un sentido más crítico y democrático.
Nada más alejado de la realidad. Es el año 2024 y la democracia ya no existe más en México. Hemos regresado a los oscuros años del PRI pero con una dictadura aún más perfecta y refinada.
En 2018 yo voté por AMLO porque creía en la democracia. También lo hice por pendejo. En 2024 voté por alguien que no me daba confianza ni esperanza, Xóchitl Gálvez, quizá porque luego de ver a la 4T en acción sentía que era la última opción. También porque aún creía en la democracia.
Del día de la elección a hoy, he caído en cuenta de que la democracia en este país está más muerta que Pedro Infante. El gobierno en este sexenio le declaró la guerra al organismo que ayudó a ponerlo en el poder (el INE), tumbó efectivamente mecanismos que lo sometían a la transparencia y la rendición de cuentas, se endeudó, gastó y robó igual o más que otros, permitó que el crimen organizado trabajara impunemente, le regaló atribuciones a las fuerzas armadas que antes estaban reservadas para civiles, inició una inédita reforma judicial que nadie sabe cómo va a resultar (y que sospechamos irá mal), restauró la imagen de la Presidencia como un ente todopoderoso…
Y todo esto sucedió en nuestras narices. El hombre del que yo escribía con curiosidad en 2006, el que esperaba en 2012 pudiera frenar el regreso del PRI, resultó ser peor que todos los anteriores. En los tiempos del PRI, el cinismo era discreto, entre las sombras; ahora, el cinismo está desbordado, nos golpea a diario con una falsa dignidad y los “valores” de la pseudoizquierda mexicana que huele más a un chingo de gente sin ideología real pero profundamente resentida que, al fin, ha visto su oportunidad de “servirse con la cuchara grande”. También hay mucha gente de izquierda que se siente rebasada, pero que no le queda de otra mas que apoyar el momento actual. Preferible estar de lado del dictador cretino que de la derecha (lo que sea que “la derecha” signifique en estos momentos).
AMLO le debe gran parte de su poder a lo que él llamó en su momento “las benditas redes sociales”. Como los grandes despótas de memoria reciente —los Bolsonaro, los Putin, los Trump, los Milei—, a AMLO no le interesa la verdad ni la justicia, solo el poder. Al igual que los antes mencionados, se vale de transmitir sus narrativas tóxicas por las redes de información, envenenando la opinión de los ciudadanos, poniendo a unos contra otros. Gracias a estas narrativas se habló de la mafia del poder, de los “fifís”, de los “aspiracionistas”, el término despectivo “PRIAN” entró a formar parte del léxico oficial, se le dedicó un espacio semanal a golpear a los periodistas de oposición con una sección llamada “Quién es quién en las mentiras”. Lo cuestionable de las grandes obras (un aeropuerto pedorro, un tren pedorro, una refinería pedorra) pasó a segundo plano, al igual que las tragedias y los escándalos (más de 300 mil muertos por COVID en dos años, el desplome de la línea 12 del metro, los sobres amarillos con efectivo, los miles de asesinatos por el narco). Las narrativas fantasiosas del gobierno, básicas pero súper efectivas, resolvieron todo como por acto de magia: héroes vs villanos, conservadores vs liberales, privilegiados vs el pueblo bueno.
A López Obrador nunca le interesó gobernar para todos; es más, nunca le interesó gobernar. Solo el poder.
El 1 de julio de 2018 no fue el día en que perdió el PRI, no fue el día en que perdió el PAN; fue el día en que todos perdimos. Elegimos a un hombre que, para perpetuarse a él y a su grupo, haría todo lo posible por acabar con la democracia.
Dicho esto, no creo que dejen de existir los “procesos democráticos” en México. Lo he puesto entre comillas porque volverán a ser como en el PRI de antaño: pantomimas puestas en escena por el grupo en el poder para legitimarse a perpetuidad. Así como la Asamblea Suprema del Pueblo organiza elecciones patito cada cuatro o cinco años en Corea del Norte, o la Comisión Electoral Central hace lo propio en Rusia, veremos aquí “procesos democráticos” (de nuevo entre comillas) para automasturbarnos con una fantasía de un nuevo Tlatoani que es elegido unanimemente por la voluntad del pueblo.
Como decía anteriormente, sé que mis palabras encontrarán más detractores que nunca. Cuando critiqué al PAN y al PRI no recuerdo que hayan llegado panistas o priístas a insultarme en redes sociales1. Ahora funciona exactamente al revés, pues este régimen ha fortalecido sus grupos “de choque” digitales, una interesante mezcla de líderes de opinión, ciudadanos de pie bien intencionados y cuentas troll, algunas más potentes que otras, normalmente anónimas, para manipular la opinión en línea y agarrar a madrazos virtuales a los detractores. La 4T tomó el playbook de los “PeñaBots” y lo elevó a niveles de arte. Son los maestros de la desinformación.
Como podrán leer, hoy estoy más decepcionado de mi país que nunca, pero no por eso dejaré de hacer lo mío y decir lo que pienso. A pensar de que es cansado y francamente aburrido vivir en un país donde —ahora resulta— criticar al gobierno te hace merecedor de la reprimenda de un idiota anónimo.
Ni hablar. A seguir teniendo fe en las sabias palabras del Dr. King:
El arco moral del universo es largo, pero se inclina hacia la justicia.
Igualmente, tengo docenas de replys y mensajes diciéndome que yo “no me quejaba” de los gobiernos anteriores, como extrañados y molestos de que se me ocurriera opinar sobre el desempeño de la 4T.
Las vueltas que ha dado la vida política en este país...el caso más notable, que no el único, es el señor Bartlett quien paso de villano a ¿honorable ciudadano, patriota o un algo a lo que llamar decente? De verdad me rebasa la ¿devoción? que se le da al más reciente expresidente de este país, a niveles de casi un santo, un ser superior, un ungido al que nada le puede afectar, pero aun así se le debe defender.
En fin, saludos.
Me da mucha tristeza leer este texto, porque a lo largo de los 5 textos vi cómo todo es cíclico... Y lo que más tristeza me da es, con tu último texto, confirmar los propios miedos y sentimientos que yo también tenía pero no sabía como articular.
Me da incertidumbre pensar en qué es lo que puede venir Ruy, pero como bien dices, no por eso dejaremos de hacer lo que nos toca.
Muchas gracias por compartir, tus textos siempre nutren el alma,
Saludos de un lector desde la extinta revista Quo.