Retrospectinta 03: Cuatrocientos años con Romeo y Julieta
Artículo publicado en agosto de 1997
¡En 1997 cumplimos 400 años de compartir el mundo con Romeo y Julieta!
Fue en 1597 que se ofreciera al público la primera edición (pirata) de la primera gran obra del genial William Shakespeare, bajo el título de The most Excellent an Lamentable Tragedie of Romeo and Juliet. ¿A qué se debe que el fabuloso relato de los adolescoiteantes de Verona siga capturando nuestras imaginaciones? ¿Bajo qué oscuras virtudes nos sigue emocionando la caballerosa patanería de Mercutio, la soberbia de Tibaldo, la sorprendente afabilidad del fraile Lorenzo?
…Is now the two hours' traffic of our stage, the which it you with patient ears attend, what here shall miss, our toil shall strive to mend.
Prólogo de Romeo y Julieta
Voy a responder a mi propia pregunta: porque Shakespeare ha construido una obra vastísima que funciona en diferentes medios y con diferentes protagonistas. Concebida para el teatro, Romeo y Julieta toma vida gracias la magia del espectador: todo aquello que sucede en el escenario crece en nosotros solo en la medida en que cooperamos con la obra. Como nos recuerda Alejandra Rodríguez en su artículo de Origina No. 51: “…la imaginación es por mucho ingrediente primordial de la expresión artística”. De acuerdo, pero también de la recepción de la audiencia. Shakespeare escribió teatro para una escenificación austera, pero un público inteligente. El poeta inglés construyó una extensa obra que no se detuvo en el proscenio dramático.
Sabemos que los actores isabelinos tenían que actuar en una amplia variedad de escenarios. Y más si tomamos en cuenta que el fenómeno shakesperiano (pionero, quizás, de la cultura de masas) era un hit lo mismo en los salones de los palacios de los nobles o la misma reina, que en cualquier espacio abierto donde los plebeyos pudieran amontonarse a presenciar las vicisitudes de su obra. Pero sobre todos los posibles lugares escénicos está el teatro Globe, fundado en 1598.
No existía tal cosa como el telón: los actos y escenas iniciaban con algún personaje entrando y finalizaban con algún personaje saliendo. Una obra de 2,500 líneas se representaba en un par de horas y, con todas las limitaciones de la época, se trataba de un espectáculo colorido: música en vivo, efectos especiales, vistosos vestuarios. Ninguna mujer podia actuar, por lo que los papeles femeninos eran representados por hombres.
William Shakespeare escribió para el teatro de su época, pero su obra es tan amplia que no se detuvo ahí: las palabras que repiten sus personajes son parte de su inmortalidad.
Did my heart love till now, forswear it sight, for I ne’er saw true beauty till this night.
Romeo, Acto I, Escena V
Yo he conocido a Shakespeare por los libros. Para mí, los personajes de Shakespeare no tienen rostro… pero no son mudos. Dicen que el hombre es el animal que habla y eso es algo muy cierto. Ningún personaje de Shakespeare es descrito formalmente: sus palabras hablan por él. Insisto: los pintores, los fotógrafos, los directores teatrales y los cineastas se han dedicado a visualizar a la fantástica galería de personajes shakesperianos, y lo han hecho muy bien. Pero para los que hemos leído a Shakespeare, es más fácil imaginar a los personajes como entes sin rostro que hablan y hablan y hablan.
¿No escribió Jorge Luis Borges, antes que muchos de nosotros naciéramos, que en las letras de rosa está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra Nilo? Evidentemente, si la obra Romeo y Julieta se llamara Polifemo y Galatea el sabor de sus páginas no sería el mismo. ¿Uno escoge las palabras o son las palabras las que lo escogen a uno? Las cosas son cosas porque alguna palabra las define, nunca al revés. Uno de los temas de Romeo y Julieta es que un discurso (el de Romeo) contagia melosamente a otro discurso (el de Julieta) y viceversa. El contagio resulta en el amor. Un amor como nunca ha visto el mundo.
What's in a name? That which we call a rose, by any other name would smell as sweet.
Julieta, Acto II, Escena II
Luego, el discurso de otro (Mercutio) comete un tropiezo (petardear a Tibaldo) y desencadena el fatídico error de Romeo (convencido por su propia palabra interior que tiene que vengar a su amigo), lo que culmina en el trágico final (las palabras redentoras del fraile Lorenzo nunca llegan a su destino).
Las verdaderas protagonistas de Romeo y Julieta son las palabras: socarronas, empalagosas, retóricas, vengativas…
Sin duda, la sensación de repetir todas estas palabras debe ser diferente en un escenario, similar a lo que es en el cine. Así, Natalie Wood en su papel de sufrida Julieta en una versión moderna (West Side Story) comunica un montón de cosas más que los simples diálogos embarrados en el papel.
¿Será?
¿Por qué si las protagonistas de la obra son las palabras, Julieta se empeña en decirnos que la rosa igual huele dulcemente se llame o no rosa? Porque no hay cosa más grandiosa en la literatura que un texto que se niega a sí mismo. ¿No es eso Rayuela? ¿No es eso la propia y privada odisea de Leopold Bloom negando a James Joyce? Presenciar un texto que cobra vida propia, que se conoce tanto que se rehúsa a seguir el curso que le ha obligado aquel que lo escribió, es algo de otro mundo.
They have made worms’ meat of me
Mercutio, Acto III, Escena I
Franco Zeffirelli ha hecho una gran película sobre Romeo y su Julieta. Manufacturada en 1968, quiero referir la agradable contradicción histórica que se respira en esta respetable obra: mientras el mundo se debatía en la mamonería de los jipis, el movimiento estudiantil y la carrera espacial (hey, estamos hablando de una época realmente importante), Zeffirelli sale con una cinta fiel a los diálogos originales, con una adecuación no solo de la Verona del siglo XVI (supongo, pues nunca estuve ahí) sino de la misma pieza teatral, pero no por eso valiéndose de varios y eficaces recursos cinematográficos. La escena de la muerte de Mercutio es extraordinaria, y quizás raya en la farsa: el bufón cae herido y nadie le cree. Sus palabras no tienen, ni siquiera en ese momento terrible en que se le sale la vida, un dejo de seriedad. Esta escena describe a esta película nacida en plena década de los, ay, revolucionarios 60: Zeffirelli realizó un Romeo y Julieta de la época y los bufones de su tiempo no le creyeron.
También está el monumento que ha edificado Baz Luhrmann. Ya he comentado anteriormente que le debemos mucho al kitsch, porque en su irreverencia y desenfado están un montón de felicidades que definen nuestra época. Pero no basta con que el kitsch sea ex profeso, tiene que llevar cierto oficio: Greenaway es un claro ejemplo de esto1. Por eso, la excesiva cinta de Luhrmann es emocionante y divertida. No solo sorprenden las gratísimas actuaciones de Leonardo DiCaprio (Romeo) y Claire Danes (Julieta), sino la sarta de idioteces encontradas en que se fundamenta la película. ¿Escuadras de nueve milímetros marca Sword? ¿Verona Beach? ¿Mercutio drag? Muchos han encontrado intolerables tales burradas. Yo no. Luhrmann (en la menor de sus virtudes) ha hecho accesible a las nuevas generaciones un cuento maravilloso, pero también ha dejado intactos los temas principales de Romeo y Julieta: el amor, la violencia, la muerte y, una vez más, la palabra. ¿Sería lo mismo esta obra de Luhrmann sin los diálogos que hace más de cuatrocientos años escribió Shakespeare? A pesar de su formato, la versión de Baz Luhrmann es poco vanguardista y mucho muy anticuada: apela a los impulsos primitivos que en cuatrocientos años no se han podido esfumar. Solo quisiera referirme a la hermosa secuencia del baile de máscaras y aquella de la piscina, en que la obra de Luhrmann luce idiotamente deliciosa (esto último fue un piropo).
Now, when the bridegroom in the morning comes to rouse thee from thy bed, there art thou dead.
Fraile Lorenzo, Acto IV, Escena I
Las dos versiones cinematográficas que he contado aquí son obra de un par de provocadores que han hecho lo inesperado y han ofendido, de alguna forma, a los respetables ojos y oídos de la audiencia. Esto no hace más que seguir inmortalizando a William Shakespeare, cuyas piezas siguen y seguirán interpretándose ad infinitum, como él mismo lo previó en Julio César:
How many ages hence
Shall this our lofty scene be acted over
In states unborn and accents yet unknown!
Estas líneas no solo incluyen a los actores, sino a nosotros, la audiencia: lo que nos dice (y no nos dice) una obra de arte hoy, no será idéntico a lo que nos dirá mañana. Hoy, yo he disfrutado Romeo y Julieta porque he saboreado lo que es sentirme enamorado; cuando esté viejo y amargado y la vuelva a leer, ya Dios sabrá qué clase de pendejadas vendré a escribir. Sí.
Go hence to have more talk of these sad things, Some shall be pardon’d, and some punished. For never was a story of more woe, Than this of Juliet and her Romeo.
El príncipe de Verona, Acto V, Escena III)
Publicado originalmente en la revista Origina, agosto de 1997.
“Un buen kitsch no se le niega a nadie”.