Migajas de amor o por qué nos conformamos con lo mínimo
Nadie se despierta un día diciendo “hoy me voy a conformar con menos”. Pero se acaba llegando ahí…
¿Es usted o ha sido un migajero? Responda honestamente.
El término nos persigue en redes sociales desde hace tiempo. Se ha convertido en una especie de estigma social: señalamos a los “migajeros” como gente que no da una en las relaciones amorosas. Y no solo eso, se quedan donde sienten que reciben algo, aunque ese “algo” sean migajas disfrazadas de pan.
Sin embargo, como yo lo entiendo, el fenómeno de las migajas es un concepto que va de ida y vuelta. Veamos.
De ida:
Un personaje que no está dispuesto a comprometerse de verdad, pero tampoco se va1. En lugar de una relación plena, ofrece solo lo mínimo para no desaparecer del todo: un mensaje de vez en cuando, una reacción en tus Stories de Instagram, una promesa vaga, un “te extraño” de vez en vez (y justo cuando la cosa se estaba enfriando). O sea, no da amor, da migajas.
De vuelta:
Un personaje que, por miedo, baja autoestima o costumbre, se conforma con lo poquito que le dan. Se vuelve experto en justificar las ausencias, celebrar los gestos mínimos del otro y romantizar el abandono. En esencia, es quien recoge migajas y se las come como si fueran un banquete.
El sentido común me dice que todos hemos estado de un lado o del otro. En las relaciones, como en tantas cosas de este mundo, la balanza de poder determina qué entrega una parte y qué recoge la otra. Sé que somos muy dados a echarle la culpa a “la sociedad”, ese ser malvado e incorpóreo que dicta reglas y es culpable de nuestras tristezas y alegrías. La sociedad, sin embargo, no es tan arbitraria como parece. Si bien nada está escrito en este mundo, las reglas de interacción entre humanos siguen un guion en el que ciertas condiciones presentes ayudan a determinar el éxito o no de un encuentro de dos.
La belleza física es un factor primordial. Aunque somos animales racionales que vivimos pegados a tecnologías avanzadas como nuestros dispositivos portátiles, en el fondo compartimos el lenguaje biológico del resto de las especies en este mundo que tiene que ver con la supervivencia y la reproducción. Quizá para nuestro cerebro reptiliano no sea “belleza” en el sentido estético, sino una estrategia evolutiva. Para nuestras cabezas primitivas, una persona bella significa supervivencia; alguien no bello es lo contrario: muerte —y su pariente en el homo sapiens, la “muerte social”.
¿Pero, qué es lo bello? Esa es una pregunta demasiado compleja para este Substack2, así es que concentrémonos mejor en un ejemplo: digamos que un hombre se acerca a una mujer y la encuentra facial y corporalmente simétrica. A eso sumemos que posee un lenguaje corporal complejo, sexy, interesante, cautivador. El hombre de nuestro ejemplo en instantes ha sido sometido a un algoritmo biológico que la naturaleza decidió instalarle. Ahora sumemos los códigos culturales, como ropa que estiliza proporciones, accesorios que remarcan pertenencia y estatus. El hackeo cerebral está completo.
Además de la selección sexual, en la naturaleza el aspecto físico establece comunicación y jerarquías. Así como ciertos colores gritan que el animal es venenoso (un letrero ambulante de “¡no te acerques!”), nuestros códigos humanos (vestimenta y maquillaje, cierto auto en el valet parking, poses y expresiones) indican intimidación o dominio.
Pero hablemos de reciprocidad. Que tu cuerpo y mente se cautiven con otra persona, no garantiza el deseo mutuo ni el interés. Vaya, esto es evidente. En este mundo debe haber más historias de acercamientos fallidos que de romances tórridos.
Quizá tú estés ardiendo, pero el otro puede no sentir absolutamente nada. Y es que la atracción no es solo un juego biológico y de códigos culturales, también tiene un componente subjetivo y emocional muy enredado. A lo mejor esto explica esos casos de “el feo” que se ligó a la guapa (normalmente lo explicamos porque “seguro tiene mucho dinero”), o que haya personas que superficialmente podrían parecer agua y aceite, pero que en la intimidad o el trato diario funcionan a la perfección. En estos casos, probablemente hacen clic por temas e intereses en común, o quizá los unió un contexto (trabajo, conexiones sociales similares, etc).
No lo sé, las relaciones humanas son muy complicadas.
Y en este sentido, los que reparten migajas entran a confundir aún más la ecuación con sus conductas de “no me voy, pero tampoco me quedo”. Los recogemigajas, por su lado, con esa hambre emocional, quizá provocada por docenas de historias fallidas, heridas sentimentales y creencias babosas (como pensar “solo me queda conformarme con lo menos”), pululan en el mundo provocando lástima.
Este sujeto del que hablamos:
Quizá aprendió de niño que el amor escaso es lo único a lo que se puede aspirar.
O que obtener “lo mínimo” de una relación afectiva es lo normal.
O tiene un miedo excesivo al rechazo, al abandono.
O mi favorita: lee las señales erróneamente. Por ejemplo, todo indica que ahí no es, pero en su cabeza lo interpreta como una señal de esperanza.
Anatomía del migajero en la ficción
El cine nos ha dado extraordinarios ejemplos de migajeros, tema que se asemeja a lo que hace una década o más llamábamos la friendzone. En este sentido, vale la pena enfocarnos en aquellos que recogen migajas.
Tom, el personaje de 500 Days of Summer, es el migajero por excelencia de toda una generación. Se trata de un romántico incurable que cree que todo tiene sentido con Summer solo porque escuchan la misma canción de The Smiths. Cada pequeño gesto de ella es como una señal del destino. No es que Tom busque migajas, pero las acepta —y se acaba indigestando.
Aidan de Sex and the City es otro tipo de migajero: el que aguanta. Aidan cree que con suficiente paciencia y amor, la otra persona cambiará. Carrie lo deja y luego vuelve —y él la acaba aceptando. Finalmente, se comprometen, pero ella le sale con la mamada de que “no está lista”. ¿Qué hace Aidan? No se va. Insiste.
Yo me identifico con este tipo de migajero: emocionalmente puedo ser un tanque todoterreno al que le hacen todo tipo de chingaderas, pero siempre está listo para el siguiente round. No lo recomiendo.3
Mi último ejemplo de migajera es Bella Swan, un personaje que no solo recoge migajas, sino que las colecciona. Edward Cullen la deja, y ella se derrumba. Luego él regresa, y ella lo perdona sin condiciones. En esta tóxica relación el vampirito que brilla bajo el sol es quien decide cuándo aparecer, cuándo tocar a Bella y cuándo besarla. Ella nunca le pone límites, porque cree que el amor verdadero justifica todo.
Incluso con Jacob, el lobito-alpaca, Bella acepta una amistad ambigua (¿es ella la que reparte migajas ahí?), sabiendo que él la ama más de lo que ella puede corresponder. En el estúpido mundo de Twilight, todos los sacrificios tienen que ver con lo romántico. Y en verdad les digo que es una muy mala idea, tóxica de a madres. Lo peor de todo es que Bella Swan le enseñó a una generación de chicas que está bien ser una mártir emocional por una supuesta “devoción” al macho. Por eso considero que Bella es la migajera por convicción.
El caso Casablanca
Quiero acabar este post platicando del curioso caso de Rick (Humphrey Bogart), el personaje central de una película viejita que amo con el corazón: Casablanca (1943).
En este caso, Rick no da migas por malicia, sino por dolor. Ilsa (Ingrid Bergman) fue su gran amor y lo abandonó sin explicación, dejándolo plantado en la estación de trenes durante la invasión nazi a Francia (“I remember every detail. The Germans wore gray, you wore blue”). Cuando ella reaparece, pero acompañada de su esposo y una historia compleja que mezcla heroísmo y un sentido del deber más allá de los caprichos amorosos, Rick no sabe si acercarse o alejarse. Entonces hace lo que muchos reparte migajas: se queda a medias.
Ajá: la trata con frialdad, la seduce con miradas, la hiere con ironía. Le da nostalgia, no promesas. Le da recuerdos, no futuro. Al final, sin embargo, Rick se redime. Decide ayudarla y soltarla por completo, para que ella tenga una vida segura. En este breve análisis, podrán ver que Casablanca es una compleja historia de migajas y migajeros…
Volviendo a la pregunta original: ¿Es usted o ha sido un migajero? Responda honestamente. Y si tienen ganas, dejen su historia en los comentarios. Entre migajeros podremos despedazarnos, pero nunca nos haremos daño. 😜
Lo sé, se parece tanto al “situationship”, los “follamigos” o los “amigovios”. En estos casos, suele pasar que uno de los dos acaba más enterrado emocionalmente y sufriendo por la falta de atención del otro.
Para los interesados, quizá puedan empezar por el artículo en Wikipedia sobre el ideal de belleza femenino.
Y espero haber aprendido mi lección…