666-DIABLO. ¡Llame ahora!
El diablo me daba miedito. Cuando era niño, mi referencia era (obvio) El Exorcista, una especie de “película prohibida” (si la ves se te puede meter el chamuco, te decían en la escuela) que vi a solas, a escondidas, en casa de mi mamá en glorioso formato VHS. Qué experiencia…
Mis verdaderos problemas con el diablo empezaron en la adolescencia cuando, por culpa de mi mamá, quien andaba pasando por una etapa muy católica de sus creencias1, me obligó a asistir a un grupo de Renovación Carismática en el Espíritu Santo. Ahí se estudiaba la Biblia, claro, pero a mí lo que me interesaba eran las partes donde salía el Patas de Cabra. Leí la historia de Asmodeo, el demonio que atormenta a Tobías y Sara, las tentaciones de Cristo en el desierto por el mismísimo Satanás y, mi favorita, las múltiples versiones del demonio que hallamos en el Apocalipsis:
Un enorme dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos, y en las cabezas siete coronas.
(…)
El dragón grande, la antigua serpiente, conocida como el Demonio o Satanás, fue expulsado; el seductor del mundo entero fue arrojado a la tierra y sus ángeles con él.
Mi imaginación calenturienta a fines de los ochenta se echaba a andar con estas descripciones tan prolijas pero, a la vez, tan poderosas. El dragón del cuento lucha contra el Arcángel Miguel y un ejército de ángeles. Luego de este episodio (o antes, la cronología no es muy clara), se presenta a la Bestia:
Entonces vi una bestia que sube del mar; tiene siete cabezas y diez cuernos, con diez coronas en los cuernos, y en las cabezas nombres de blasfemia.
(…)
Se le concedió hablar en un tono altanero que desafiaba a Dios, y se le concedió ejercer su poder durante cuarenta y dos meses.
(…)Se le concedió hacer la guerra a los santos y vencerlos; se le concedió autoridad sobre toda raza, pueblo, lengua y nación.
Hace, pues, que todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, libres y esclavos, se pongan una marca en la mano derecha o en la frente; ya nadie podrá comprar o vender si no está marcado con el nombre de la bestia o con la cifra de su nombre.
(…)
El que sea inteligente, que interprete la cifra de la bestia. Es la cifra de un ser humano, y su cifra es 666.
El relato del Apocalipsis es tan poderoso, sus imágenes tan vívidas, que cientos de millones de personas hoy rigen buena parte de su vida ante las advertencias del fin del mundo y las consecuencias de conducirse “pecaminosamente” cuando llegue el Juicio Final. Para mí, luego lo entendí al leer El retrato del artista adolescente de Joyce, era más como una ficción angustiante entremezclada con la realidad.
Sí, la angustia y la ansiedad eran reales. Para que me entiendan mejor, un ejemplo: cuando el joven Stephen Dedalus en el libro de Joyce imagina las torturas del infierno, lo hace anteponiendo la eternidad. Es decir, en el infierno te torturan dolorosamente por TODA la eternidad. Pero, ¿de qué tamaño es la eternidad? Dedalus lo describe así: la eternidad es como si existiera una montaña —compuesta por granos de arena— de un millón de millas de altura y un millón de millas de ancho2. A lo que agrega:
Imagina que al final de cada millón de años un pequeño pájaro viniera a esa montaña y se llevara en su pico un diminuto grano de esa arena. ¿Cuántos millones y millones de siglos pasarían antes de que ese pájaro hubiera llevado siquiera un pie cuadrado de esa montaña? ¿Cuántas eras sobre eras de tiempo antes de que hubiera llevado toda la montaña? Sin embargo, al final de ese inmenso tramo de tiempo no se podría decir que ni un solo instante de la eternidad hubiera terminado.
La eternidad suena horrible, pero es peor cuando piensas que un demonio la está utilizando para torturarte en el infierno. Ese era el tipo de pensamiento que me atormentaba: ¿qué clase de entidad malvada, como el diablo, podía crear semejante nivel de tormento?
Supongo que después entendí que el diablo no necesariamente tenía que ser una figura sobrenatural, sino humana. La maldad humana resultaba, a su manera, ser más cabrona.
Maus, el infierno en la Tierra
Maus, la novela gráfica de Art Spiegelman logra expresar la maldad humana aunque, irónicamente, lo haga utilizando animales. En sus páginas, los judíos son dibujados como ratones. Los nazis, como gatos. Los polacos cristianos, como cerdos.
Aunque es un cómic, Maus no fue pensado como una novela gráfica (se trata más bien de tiras cómicas publicadas durante un periodo de 12 años, pegadas en un solo volumen y reordenadas a manera de capítulos), persigue varias historias: sobre la Polonia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial, el relato personal del propio autor, el recuento del año que su padre pasó en Auschwitz, su madre suicida —quien sobrevivió al campo de concentración pero terminó quitándose la vida en el Nueva York de los 60—, y el hermano que nunca conoció pues pereció en el Holocausto.
Maus se narra por al menos dos primeras personas: la del autor y la de su padre, y lo que cuenta, como podrán imaginarse, es desgarrador. Jules Feiffer, cartonista ganador del Pulitzer de The Village Voice ha dicho que Maus es “una novela, un documental, una memoria y un cómic”. Yo digo que es una puta obra maestra.
Al diablo lo hemos entendido como un manipulador, un ser que siembra el caos, corrompe la bondad y destruye la vida. En Maus, los nazis encarnan esa destrucción, no solo de personas de carne y hueso, sino también del tejido moral y espiritual de su humanidad.
Al representar a los nazis como gatos y a los judíos como ratones3, Spiegelman evoca una forma de maldad que deshumaniza a sus víctimas. El diablo, en las tradiciones cristianas, también deshumaniza a los seres humanos, viéndolos como herramientas para sus fines oscuros. Al igual que los nazis no ven a los judíos como personas, sino como “subhumanos”, el diablo ve a las almas humanas como piezas en una suerte de juego cósmico.
Los paralelismo no acaban ahí: el diablo destruye físicamente, pero también busca quebrar la psique y el alma. En el caso de Maus, Spiegelman muestra cómo el trauma del Holocausto destruye no solo la vida de su padre, sino también la suya, a través de su relación con sus padres, su madre suicida y su hermano muerto. Es una crónica de sufrimiento generacional.
Si pueden, lean Maus de Art Spiegelman.4
Llega un día el diablo…
Y te ofrece dos opciones:
a) que pierdas la vista de aquí a que mueras, o
b) que pierdas control de tu esfínter de aquí a que mueras, sin opción a usar pañal para adultos.
Esta es una pregunta clásica que suele ocurrírseme en reuniones sociales, podcasts o en la intimidad random con mi pareja. El dilema de “llega un día el diablo” es un juego de lógica que es divertido pero también pone en aprietos. Para que funcione, hay que asumir que la voluntad del diablo es inamovible y no hay forma de evitar el reto. Se trata de tomar una decisión. Lo importante no es que el diablo tiene poderes o es omnipotente, sino lo que dice de ti la respuesta.
Cuando el diablo es un ser todopoderoso que se esconde como la explicación final de todos los males, da huevita. Ese es el problema con películas como Hereditary o Longlegs (lean el texto de Wookie al respecto). A mí me gusta el relato del diablo como un personaje muy poderoso, pero con el que se puede dialogar. Lo que le llaman “el pacto faustiano”, claro. Aunque no leí a Goethe, de chico leí un cuento que me pareció fascinante: That Hell-Bound Train de Robert Bloch5, en el que un tipo hace un trato con el diablo —le da un reloj con el que podrá detener el tiempo en el momento en el que sea realmente, realmente feliz… a cambio de su alma, claro.
Eso me hace recordar otro de esos cuentos del diablo jugando a un juego a cambio de tu alma: el episodio “I of Newton” de The Twilight Zone, en el que un matemático accidentalmente convoca a un demonio durante un momento de frustración, y se ve envuelto en un duelo de ingenios. El diablo puede responder a cualquier pregunta, resolver cualquier problema, ejecutar cualquier tarea. ¿Qué es lo único que puede hacer un mortal, dentro de las reglas del juego, para ahuyentar al demonio y mantener su alma?6
Ay, cómo amo este tipo de historias bobas del diablo.
“Ya me voy a ver al chivo prieto”
Me dicen que mi abuelo materno, don Macario Waye, era masón. Me dicen que cuando iba a las sesiones de la logia en su natal Saltillo, Coahuila, le decía a mi abuela: “Ya me voy a ver al chivo negro”. Creepy.
Aquella frase que se ha repetido en mi familia durante décadas, me hace pensar en Francisco de Goya. Yo lo conocí por una revista Geografía Universal (en los 70 y los 80, el copycat mexicano de National Geographic), donde su obra ilustraba un artículo sobre brujería. El diablo-chivo negro en pleno aquelarre o llevando a las almas al infierno, me sigue provocando ansiedad. Cabrón.
Esta imagen del Patas de Cabra, sin embargo, es más reciente de lo que creemos. En la Biblia no hay realmente descripciones físicas de los demonios, lo cual atribuyo a la creencia de que se trata de ángeles caídos y, por lo tanto, incorpóreos. La gente medieval creía en la existencia del diablo, pero no tenía una forma definida. De hecho, en el siglo XIII, el cronista Cesario de Heisterbach cuenta que el diablo podía aparecerse en forma de caballo, gato, perro, buey, sapo, mono u oso. A veces como un hombre “decente”, un campesino o un soldado. Una blasfemia favorita del diablo era copiar la obra de Dios, por eso le gustaba hacerse pasar por los seres de la Creación.
Sin embargo, no le salía del todo bien: según la creencia de la época, el diablo no podía reproducir las nalgas de las personas. Dorsa tamen non habemus, en latín. En vez de un culo, el incompetente diablo ponía en su lugar un rostro.
Bonita forma de reconocer a un demonio: si tiene cara en vez de nalgas allá abajo.
El Baphomet, ese diablo chivo humanoide, es más una invención post-Goya. Se ha querido asociar con los caballeros templarios del siglo XIV, pero la realidad su imagen surgió de la pluma de Eliphas Lévi, un esotérico francés del siglo XIX. Igual es la imagen del diablo más popular hoy día, como todos los que hemos visto The Witch podemos atestiguar.
A lo largo de mi vida he soñado mucho con el diablo, y en múltiples ocasiones han sido pesadillas opresoras, angustiantes. En cierta ocasión el diablo tenía forma de conejo gigante y me perseguía. En otras parece una persona cualquiera, me habla y me dice cosas.
Lo oscuro y lo oculto. Tengo una vocación por todo lo sobrenatural. Odio mis pesadillas con el demonio (o simplemente demoniacas), pero también tengo que admitir que me hacen sentir más vivo. Es raro.
Le Diable Noir/Georges Méliès (1905). Qué buen relajo se arma ese diablillo.
Sé que esta frase está mal construida, “muy católica de sus creencias”, pero es una especie de inside joke-referencia a cuando mi amiga Mary Lee decía que cierto tipo en la universidad era “muy feíto de su carita”.
Un millón de millas es 4 veces la distancia de la Tierra a la Luna.
Consideren también que el diablo en las tradiciones cristianas muchas veces juega con máscaras y engaños, presentándose bajo diferentes formas para confundir a sus víctimas. En Maus, las formas animales de los personajes parecieran disfraces que ocultan la naturaleza humana, máscaras que permiten cometer más fácilmente las atrocidades…
La edición en inglés es de Pantheon Books, y Planeta DeAgostini tiene una versión en español.
Bloch es más famoso por su novela Psycho, adaptada al cine por Alfred Hitchcock.
Lo que el matemático le dice es: “Get lost”, lo cual cumple las reglas del pacto y que el demonio no puede contradecir. El diablillo, frustrado por haber sido derrotado con astucia, desaparece.