Me gusta esta época de calores porque me dan muchas ganas de escribir. El calor me activa algo en los dedos, no sé. Recuerdo aquellas tardes calurosas en la universidad, con un ventilador soplando directamente en mi cara mientras mis dedos machacaban las teclas de una Macintosh LC1.
Cuando escribía en casa de mi madre, lo hacía en el comedor porque en la planta alta, aunque me gustaba el calor, hacía tanto que era imposible pensar. Siempre me dijeron que era uno de los 7,000 errores del arquitecto que construyó la casa, como si el tipo fuera responsable del calentamiento global o algo así.
Antes de la Macintosh LC tuve una auténtica máquina de escribir Remington2. Mi hermano pensaba que yo estaba loco porque toda la maldita tarde hacía ruido con el tac tac tac de la maldita máquina infernal. Tac tac tac. Mi madre también odiaba el ruidero. En el comedor, donde me sentaba a tundir teclas, hacía calor, pero era más fresco. El perro se echaba debajo de la mesa. El perro se llamaba Garra pero yo le decía Garrincha.
En mis años universitarios, algunas veces me puse a escribir en casa de mi novia, en su cuarto. El calor era en verdad endemoniado. Ella primero tuvo una Mac LC, igual que yo, y después una Macintosh Performa 52003. Ella se echaba en la cama. O llenaba el comedor de su casa con papeles y la tarea de la escuela (estudiaba diseño gráfico).
Calor, ventilador, ganas frenéticas de escribir. Hay mucha energía contenida en el acto de escribir: las cosas no se ven de inmediato, tiene que pasar un tiempo para entender en qué has estado trabajando. Neil Gaiman lo describe así:
Es algo raro, escribir.
A veces puedes mirar lo que estás escribiendo, y es como mirar un paisaje en un glorioso y claro día de verano. Puedes ver cada hoja en cada árbol, escuchar el canto de los pájaros, y sabes hacia dónde te diriges en tu paseo.
A veces es como conducir a través de la niebla. No puedes ver realmente hacia dónde vas. Tienes solo suficiente del camino frente a ti para saber que probablemente aún estás en la carretera, y si conduces despacio y mantienes las luces bajas, llegarás a donde ibas.
Y en mi caso, tengo un par de supersticiones. No me gusta que vean nada de lo que escribo antes de que el libro quede listo —ni mis notas y mucho menos los textos principales. Todo lo que escribo es un proceso interno, de nalgas aplastadas y muelas crujientes. El acto de escribir es un curioso caso de estreñimiento.
Siempre sentí atracción por las mujeres con habilidades manuales, mujeres que hacen cosas con las manos y se expresan hacia afuera. No como yo, que expreso hacia adentro.

Aunque empecé a escribir en los ochenta, me formé como escritor en los noventa. En esos años escribía mucho y diario. Una vez escribí un cuento largo de 70 cuartillas en un solo día. Empecé a las diez de la mañana y acabé a las cinco o seis de la tarde. Aquello fue algo intoxicante. Lo titulé Encuentro con las moiras.
En aquel relato, los personajes vivían en un campus universitario bajo tierra. Por un error en el suministro de energía, se quedaban encerrados, sin aire acondicionado, y los invadía una sensación de claustrofobia y calor extremo. Lo imprimí en la impresora de matriz de punto4 de un amigo y lo envié a un concurso. Nunca supe qué pasó, aunque supongo que no gané nada.
Varios años más tarde, cuando escribía Pixie en los suburbios, me ponía un ridículo sombrero bucket hat de los Olímpicos de Sydney y sudaba durante todas las horas de la sesión en turno. Es que soy un gran sudador, por lo que pueden imaginar la hidroliciosa escena, tundiendo teclas, pero ahora de una Apple iBook G3 "Clamshell"5. Parece que el calor ayuda a aliviar el estreñimiento del escritor. Desnudo del pecho, mirando al techo, un cigarro en la mano, pensando qué seguía en el próximo párrafo. Parece que estoy describiendo una escena post-coital, lo sé. Escribir con calor es liberar. Venga, toda la presión interna, afuera al fin. El calor propaga las ideas. El frío me las endurece. Fomenta el estreñimiento.
Para escribir necesito música, líquidos, buena ventilación y una buena silla. Puedo escribir todo el año porque soy todoterreno, pero no me encanta la idea de pasar varias horas solo en un cuarto helado con los dedos engarrotados. En esos casos, prefiero estar empiernado con mi novia mirando algo en la tele. A veces, pasar la tarde viendo juntos series y comer almendras y beber de vasos con hielos y fumar y escupir tonterías es mucho más motivante que retomar tu novela. No a veces. Casi siempre.
Amo las manos de las mujeres con habilidades manuales. Mãos da menina bonita. Me gusta tocar las manos, acariciar los muslos, observar de reojo la nariz respingona de mi novia…
Qué calor.
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El texto original de este post se publicó el 29 de marzo de 2011
La Macintosh LC (Low Cost) fue una computadora personal lanzada por Apple en octubre de 1990. Tenía un procesador Motorola 68020 a 16 MHz y una ridícula memoria RAM de 2 MB, lol. ¿Y el disco duro? 40 MB (wow) y una unidad de disquete de 3.5 pulgadas.
Mi modelo era la Remington 25, una máquina de escribir eficiente y confiable, con teclas redondeadas en una disposición QWERTY, fabricada en plástico aunque con tipos metálicos. Era manual, con un carro de retorno y espacio para papel continuo. Se supone que era portátil (venía con todo y estuche), pero yo siempre la encontré muy pesada.
La Macintosh Performa era una chulada con procesador PowerPC 603 a 75 MHz, memoria RAM de 8 MB, disco duro de 500 MB, monitor integrado (¡y con bocinas!) y unidad de CD-ROM, uff.
Las impresoras de matriz de punto son un tipo de impresora de impacto que crea imágenes y texto presionando una cinta de tinta contra el papel usando una matriz de pequeños pines. Estas impresoras fueron muy populares en los años 70 y 80 debido a su durabilidad y bajo costo de operación.
La Apple iBook G3 "Clamshell" fue una línea de portátiles que se destacó por su diseño innovador en forma de concha, y su carcasa de colores vibrante. COntaba con un procesador PowerPC G3 a 300 MHz, monitor de 12.1 pulgadas y memoria RAM de 32 MB, además de un disco duro de 3.2 GB. ¡Y ya se conectaba a internet!